Si dos años atrás me hubieran pedido definir qué entendía por derechos humanos, sin dudarlo, habría dicho que representaban “el conjunto de necesidades básicas o aspiraciones legítimas inherentes a las personas que tienen que ser cubiertas para garantizar el derecho a una vida digna de ser vivida”. Ahora es momento de pensar cómo ha modificado la pandemia Covid-19 esta definición, y me atrevería a decir que ni lo más mínimo. Más bien, esta compleja emergencia nos ha puesto ante el espejo y nos ha hecho ver situaciones que no queríamos enfrentar, que estaban ante nosotros, pero con unas dinámicas que no nos permitían considerar las muchas carencias que teníamos.
En este momento, que no sabemos si ya hemos superado esta pandemia o nos encontramos a las puertas de nuevas incertidumbres, puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que los derechos humanos continúan siendo “el conjunto de necesidades básicas o aspiraciones legítimas inherentes a las personas que tienen que ser cubiertas para garantizar el derecho a una vida digna de ser vivida”.
La reivindicación de este derecho a una vida digna de ser vivida, después de todo lo que ha pasado, nos interpela a plantearnos que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época. En este, los derechos humanos no pueden ser solo un discurso sino que deben ser una práctica urgente y necesaria. Los derechos humanos no pueden ser únicamente una lluvia fina que moja un poco, sino que hace falta que conviertan en una lluvia que empapa.
Para hacer frente a esta nueva situación que nos ha tocado vivir, crisis sanitaria (de la que todavía parece que no hemos salido) acompañada de una grave crisis social (de la que tardaremos mucho en salirnos), tenemos que creer firmemente que la reconstrucción de sociedades más justas solo se podrá hacer desde la emancipación y la transformación social propia del mundo de los derechos humanos.
Durante la pandemia, en la postpandemia y a las puertas de nuevas incertidumbres, se están generando tres posibles relatos frente a los retos presentes y futuros. Desgraciadamente, hay dos que están calando mucho en el ámbito político y mediático.
El relato catastrofista que solo genera desconfianza y miedo, generando la sensación de que no podemos hacer nada y que tenemos que ir parcheando para ver cómo salimos de esta situación en el futuro.
El relato del hipercontrol, que hace inciso en la necesidad de poner la seguridad por ante todo, y que pide renunciar a derechos y a garantías democráticas para conseguir más control social.
Y, finalmente, un tercer relato, que es el que necesariamente debemos defender, consistente en lo que podríamos definir como la imaginación de la aventura humana. Este relato rechaza la reconstrucción desde el discurso del miedo y de la seguridad y defiende que el humanismo de la interdependencia fundamentado en los derechos humanos tiene que ser el motor de la reconstrucción social.
Esta reconstrucción social pasa por la imprescindible conexión entre el ámbito global y el ámbito local. Empezar a trabajar desde el ámbito local para revertir situaciones que nos afectan a todas y todos a escala global.
Este discurso renovador no puede quedarse solo en unas declaraciones de intenciones, sino que tiene que ser el futuro programa de acción para cualquier política pública en materia de derechos humanos y, naturalmente, el programa de acción de la Sindicatura de Greuges de Barcelona.